lunes, agosto 14, 2006

No soy la que más sabe de televisión del mundo.

Cada vez que hago un cuestionario sobre opiniones y aficiones, siempre hay tres preguntas clásicas: películas, libros y música favorita, peeeeero nunca preguntan cual es tu programa de televisión favorito. Claro, a todos nos gusta ir de culturetas pero es innegable que si no todos, la inmensa mayoría vemos la televisión.

Yo desde aquí he de recoconcer que hubo una época en la que me llegué a considerar tele-adicta. Menos mal que en aquel momento en el que sufrí esta enfermedad solamente había unos pocos canales y en mi casa no había ni satélites ni digitales, si no, no quiero pensar que sería hoy de mi vida.
Hace años de eso, pero confieso que todavía tengo una capacidad innegable a engancharme a las emisiones la caja tonta. Aunque no me gusta cualquier cosa y soy muy crítica, siempre he sido de las que piensan que para poder criticar hace falta conocer. Si yo critiqué Gran Hermano, es porque antes me tragué una buena jartá de programas.
Cuando vi por primera vez Soy el que más sabe de televisión del mundo suspiré aliviada, no sólo no soy la única que ha sido una adicta, pensé, sino que ni siquiera estoy dentro de los casos más graves.

Aunque ahora esté limpia he de reconocer la importancia fundamental que han tenido algunas series en mi desarrollo personal. Dejando aparte series infantiles y la Sra. Fletcher con sus investigaciones sobre asesinatos, mi vida no hubiera sido la misma sin Los Simpsons, cuando aún a temprana edad descubrí que existe un humor inteligente, socarron y lleno de guiños que rompe con todos los estereotipos. Luego vino Doctor en Alaska. ¿Qué decir de esta serie? Fue mi tabla de salvación en mis noches de insomnio. Un neurótico doctor judio de Nueva York, y algo "woody alliense", viviendo en medio de Alaska junto a unos personajes que podrían estar sacados de un libro de realismo mágico. Un serie excepcional.
Mi útlimo descubrimiento fue A dos metros bajo tierra, que empecé a ver casi de casualidad y a la que no he podido ser muy fiel debido a sus cambiantes horarios. Humor negro en grandes dosis, pizcas surrealistas y mucha inteligencia, en la historia de una familia que vive de la muerte, ya que son dueños de una funeraria. A quien no la conozca, se la recomiendo desde aqui.
Ahhh, ahhh, y por último, y no menos importante, la conocidísima Friends. Explicación, ninguna, he visto los mismos episodios 5 veces y todavía me hacen reir. ¿Qué mas puedo pedir?

Ahora la situación ha cambiado bastante. Para bien o para mal, no tengo tiempo, así que ya ni me engancho a lo que merece la pena (que creo que no es mucho). Cuando mi gente habla con pasión de series como House, CSI, Anatomía de Grey, Queer as folk o Los Soprano, y yo me quedo callada en un rincón. He visto un poquito de ellas, pero siempre me puede el sueño. Ahora mientros ellos hablan, yo callo y miro a otro sitio. He llegado a la dura conclusión, de que a veces, no ver la tele te puede convertir en una outsider.
Definitivamente, ya no soy la que más sabe de televisión del mundo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin duda, soy un outsider, y me gusta serlo.

La caja tonta ahora es la caja de la mierda, pestilente e insufrible. Salvo honrosas excepciones (tiene que haberlas, para confirmar la regla) que ni siquiera veo, todo es basura.

Me quedo con Redes (y sólo alcanzo a ver media hora) y punto.

Muy bueno tu artículo (tiene tono periodístico), ha sido un placer leerte de nuevo.

Un beso