jueves, septiembre 28, 2006

La maleta de flores.

(...) Palmira permanecía estática al final de la cola. Era un tren de trayecto corto, pero para ella suponía el paso más grande de toda su larga vida. La distancia física por lejana que sea nunca es tan insalvable como la distancias mentales. Hay caminos que llevan una vida recorrer. Otros ni siquiera son iniciados quedando vacíos y huecos, sin sentido porque el viajero no los ha recorrido. Éste era un viaje que mil veces realizado por su imaginación, pero su valor nunca le permitió levantarse de su sillón encarnado, hasta esa mañana de octubre.
Miró hacia el suelo, envidiando los tacones de su antecesora en la fila. Hacía años que sus pies no toleraban esos excesos y sus piernas surcadas de senderos encarnados le recordaban a cada paso el peso del tiempo y el cansancio acumulado desde aquel día lejano en el que comenzó a perder sus sueños. Ella se recordaba así misma como una joven llena de ilusiones, activa y atractiva, que nació en un mal momento y a la que se le dieron pocas oportunidades. Siendo más niña que mujer comenzó a trabajar, y no paró de trabajar en toda su vida. Cuando tuvo su primer hijo su marido le aconsejó, a base de gritos, que dejase la fábrica y cuidase más de la casa. Así su única veta de independencia se esfumó, dejando lugar a un trabajo sin horarios y sin ningún tipo de compensación más que algunas medias horas arrancadas al cansancio para sentarse en su sillón encarnado. Allí era donde fantaseaba con imágenes de países lejanos extraídas de unos semanarios antiguos. Por mucha memoria que intentó hacer, no supo distinguir el momento exacto en el que cambió su maleta de deseos por una bolsa de la compra repleta de resignación. Resignarse es el último escalón, es la muerte de la ilusiones, un acto terrorista de nuestra mente, la única herramienta eficaz para aniquilar la esperanza, y Palmira en un acto de superviviencia, tuvo que ejecutar la suya sin piedad al tener su segundo hijo. Si la esperanza no existe, no te queda más que disfrutar y apreciar lo que conforma tu vida. Luego llegó la tercera, una niña, y ella se prometió que iba a luchar porque tuviera la vida que su madre nunca disfrutó.
Venticinco años pasan demasiado rápido cuando tienes muchos proyectos, pero se convierten en un desierto de minutos cuando no existe un motivo por el que levantarte cada mañana. Palmira disfrutó de cada uno de los instantes de su vida, exprimiéndo su existencia por y para sus hijos. Su pequeña se convirtió, finalmente, en algo que ella nunca había podido ser: una mujer autosuficiente. Tan autosuficiente que ni siquiera a ella le necesitaba. El último año de soledad en una casa compartida con un extraño, al que le unía una tarjeta de la seguridad social, dos nietos, tres hijos y un anillo estropeado por la lejía, era lo único que le quedaba. Se echaba a temblar pensando que en menos de un año y medio él se jubilaría, y ella tendría que verle a todas horas. No sorportaba la idea de la imagen de ese hombre tosco y cascarrabias invadiéndo su espacio vital a todas hora , compartiendo el aire que respira y gastando el resto de los minutos su vida junto a ella. Ese día, tras treinta y tres años de condena, tuvo el valor de llenar su antigua maleta de flores y dirigirse a la estación de autobús. Pensaba recuperar sus sueños, arrebatados por la rutina y el miedo.
Cuando sus atrofiadas rodillas iban a flexionarse para subir el primer peldaño del tren, pensó en que ella no tenía hueco en la vida de su hija. Si se refugiaba en su casa, se iba a convertir en un lastre para su niña. No tenía derecho. Y sabía que sus hijos no iban a comprender nada. Su marido le había desgastado la autoestima a base de miradas de reproche y de palabras subidas de tono, pero nunca agredió físicamente más que a alguna puerta o alguna pared que se encontró en su camino algún día de ira. No era suficiente motivo como para que le acogiesen en una de esas casas para mujeres que abandonaban asustadas a sus maridos. ¿Y qué hacemos las que lo hemos dejado todo para cuidar al resto sin pedir nada a cambio? ¿ Dónde hay sitio para nosotras?. Sabía que estaba en la puerta del infierno, a un paso de la salida. No era un buen lugar donde vivir, pero era conocido, era su mundo, su espacio. Sabía donde estaba el peligro, donde crecía el fuego, era su infierno personal. Pero después de ese tren, no tenía ni idea de lo que le esperaba. Entonces sintió pánico. Tanto tiempo buscando el valor suficiente, motas diminutas que fue barriendo día a día por las esquinas de su casa y guardándolo como su único tesoro, y en un instante, todo el que tenía se esfumó de golpe.
Y la resignación volvió a colarse en su maleta de flores, haciendo que pesase una tonelada para esos brazos finos y con artritis. Palmira con un hilo de voz sólo supo pedir perdón al que tenía detrás esperando subir tras de ella, mientras se apartaba de la fila con lágrimas entre sus ojos. Caminando de vuelta a casa, derramándo por sus ojos su alma, sólo le pedía a Dios que nadie conocido la hubiera visto en la estación y que su marido no llegase a enterarse nunca de lo sucedido.
Para nuestras madres:
para esa generación de mujeres que se dejó la vista cosiéndonos unas alas.

Serie ESPACIOS VACÍOS
Fotografías de Sebastián Izquierdo

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tremendo texto y tremenda la frase final que lo resume todo.

Pido permiso para archivarla en el baúl de recursos líricos de calidad y utilizarla a mi favor siempre que la situación lo pida.

Agradeced lo que tenéis volando tan alto como podáis y trayéndoles un haz de luz de todas y cada una de las estrellas que alcancéis.

۞ D dijo...

que bello retrato de una realidad vivida ya por demasiada gente. y ese es el problema, mientras este que describes sea el canon de lo normal, quien de alli se 'descarrile' en busca de algo mejor es visto/a con ojos de verguenza. más dificil aún cuando esos ojos son los nuestros... que nos miramos como extraños en los momentos de lucidez y valentía.

pero bueno, el complejo de martirización tiene sus días contados, ya cada vez más personas se atreverán a completar esos dos pasos faltantes y lanzarse a lo desconocido. bienvenida la hora de acuario! y gracias por tu visita.

Anónimo dijo...

Deseo que tu maleta siempre esté llena de hermosas flores frescas y que los tacones de tus zapatos te permitan un buen equilibrio hasta el final.
¡Ah!, y si te queda algún hueco en tu maleta, en la sección de amigos, espero que me incluyas y me lleves en tus viajes.
un sincero beso de tu AMIGO Manuel (te echaré mucho de menos)