jueves, septiembre 14, 2006

Eutanasia Sentimental II


Llegó a su vida de casualidad. Se introdujo en su mente sin avisar. Bastó un pensamiento, una sensación, un instante. Sólo eso fue necesario para que entrase dentro él. Y, apartir de ahí, ya no hubo marcha atrás. El sentimiento de confusión fue extendiéndose por todo su cuerpo como una enfermedad veloz hasta que le invadió totalmente. Fue cuestión de un sólo segundo infectarse de ella, aunque previamente había sobrevivido inmune a dos largos años de exposición.
Nunca antes había pensado en ella como una mujer hasta aquella noche en que Pedro, que estaba con él en la parte alta de Tuko le preguntó señalando a la pista ¿no es ésa tu amiga?. Contesto afirmativamente con la cabeza, no sin demostrar un gesto de sopresa al descubrirla entre la multitud acompañada.
Desde que la conocía había tenido varias opiniones respecto a ella. Primero seria y profesional. Luego amable y cordial. Más tarde se convirtió en amiga y colega, una chica divertida, inteligente y comprensiva, cómplice de sus travesuras. Pero nunca la había imaginado como un ser capaz de levantar su líbido o de suscitar ningún sentimiento más allá de un afecto cordial o de un amor fraternal. Pero esa noche allí apoyado sobre la barandilla, descubrió un aspecto de su cómplice que nunca había contemplado. Entre un mar de gente que se movía frenético al son de ritmos brasileños con matices electrónicos, estaba ella enzarzada en un baile rítmico y sensual con un chico que él imaginó del país de procedencia de la música, debido al color tostado de su piel. Ella se movía con agilidad con los brazos en alto y movimientos hiptónicos, como una serpiente reptando por una pared imaginaria. El chico mulato a sus espaldas marcaba con sus manos las curvas de su cuerpo, como haría un escultor para convertir una pieza de barro en una silueta femenina. El fue subiendo sus manos hasta enlazarlas con las de ellas, para hacerla girar y finalmente, una vez cara a cara, seguir el mismo proceso inverso desde arriba hacia abajo. No me imaginaba que tu amiga fuese tan cachonda, le dijo Pedro sacándole de su ensoñación. No faltó una réplica contundente para callar ese comentario poco adecuado y defender a su amiga, aunque él hubiese pensado eso mismo segundos antes. Entonces le vino a la memoria una reflexión que leyó en un libro hacía años, en la que el autor afirmaba que para cualquier hombre resulta enormemente excitante el saber que su mujer es deseada por otros hombres, aunque probablemente pocos serían capaz de reconocerlo. Luego se echó a reir, y pensó que todo el torrente de pensamientos y sensaciones que había sufrido era a causa del alcohol y decidió seguir la noche con su amigo y las dos chicas que les esperaban en la barra.
Pasó el tiempo, y aunque él la pensaba enterrada, esa imagen se quedó presente en su memoria. No le hizo falta mucho para descubrir que Alma conocía muchísimos más cosas de su vida que él de la de ella. A pesar de su aparente imagen de cercanía en muchos aspectos era una desconocida. Ella le escuchaba, le aconsejaba, se alegraba con sus victorias y se apenaba con sus tristezas, pero tuvo que reconocer que, posiblemente, él de ella no sabía más que un montón de información superficial. Era risueña y le contaba que tal le había ido el día. Alguna vez le comentó cosas de sus ligues, de su infancia o de su familia, pero más como vértice de una anécdota que como una confidencia en sí misma. La curiosidad empezó a hacer mella en él, y en cada café, en cada cerveza, en cada cine o en cada salida con ella se intercambiaron los papeles y el se convirtió en su oyente. El no hacía preguntas excesivamente directas, pero hacía muchas preguntas. Ella no acababa de entender el entusiasmo de su amigo por su vida, pero lo que al principio le resultó enormemente incómodo, al final acabó por halagarle y finalmente le sirvió incluso de "terapia improvisada". Así él descubrió una Alma, aunque en esencia igual de entrañable a la que ya conocía, con otros muchos matices insólitos. Se le reveló como una mujer ambigua: independiente y fuerte, pero treméndamente sensible a la vez; un ser hablador y risueño que caía en épocas de hastío y de silencio repentinas; un ser moderado y sensato que guardaba en su interior una persona sensual y apasionada; alguien racional y práctico que, de repente, te hacía reir con sus ensoñaciones infantiles; una amiga y confidente que se preocupaba por saber de ti y alentarte unos días, mientras que al día siguente se convertía que una mujer ausente y fría que apenas te escuchaba porque permacía en su mundo particular. Conoció lo mejor y lo peor de ella. Cuanto más sabía, más crecía su fascinación por esa chica a la que nada más conocer clasificó para sus adentros como "una chica maja, pero del montón".
Una noche de confidencias, sucedió lo que ya había sucedido alguna que otra vez en su imaginación. Un baile llevado a su límite y una noche incesante de mojitos, terminaron con un abrazo fundente y un beso intenso, cálido y con sabor a cereza en un rincón de la poblada discoteca. Esa noche compartieron cama y vigilia, y se prometieron seguir siendo amigos pasara lo que pasara.
Y pasaron días y semanas sin verse. Y pasaron noches cómplices de confesiones y de sexo deshibido. Y pasaron discusiones tontas, cenas con amigos, épocas de mucho trabajo, tardes de cine, encuentros fortuitos y amantes ajenos. Y pasó la primavera y el verano.
Durante todo este tiempo nadie conoció de su íntima relación, tal y como ambos pactaron, pero a él cada día se le hacía más amargo el tener que esconderse. Tal vez porque recordó las situaciones en las que él mismo había pedido esa confidencialidad a sus parejas, nunca siendo un buen síntoma de cara a las pretensiones que tenía con ellas.
Y poco a poco empezaron a pesarle más las ausencias que las noches robadas en las que se escapaban juntos. La enfermedad se iba extendiendo por el cuerpo causándole un estado febril constante, con visiones de su imagen a todas horas. Cada día le resultaba más difícil saciar esa sed constante que tenía de ella.
Todo eso lo pensaba mirándola dormida en su regazo, mientras un dedo surcaba su brazo haciendo un recorrido de ida y vuelta en busca de una respuesta que no había de llegar. El corazón ya no le cabía en el pecho, y empezaba a dolerle así que decidió que ya no había vuelta atrás, que tenía que encontrar algún tipo de cura a esa infección que se estaba apoderando de él por momentos. En ese momento ella abrió los ojos, obligándole a afrontar el origen de sus males.
Sin apenas intercambiar unos buenos días, ella con cara asustada giró su cuerpo dándole la espalda. ¿Habría sido capaz de leerle su pensamiento? ¿Tanto miedo tenía de lo que él le pudiera decir? O quizás lo que le horrorizaba no era lo que él sintiera por ella, ya que en su opinión ella lo sospechaba hace tiempo, sino lo que ella sentía por él.
Mientras jugaba con el pelo lacio de ella que permanecía inmóvil con la mirada fija en la pared desnuda se armó del valor necesario aunque sólo supo decir "Alma, tenemos que hablar". A lo que ella contestó con un escueto y firme "no hay más remedio"...

Serie ESPACIOS VACÍOS

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta. Quiero leer más.

Anónimo dijo...

Parece nuestra relacióm. Ten cuidado, como se nos ocurra bailar así en algún local del puerto acabaremos de la misma manera :-P Es broma, aunque sabes que te quiero y siempre quiero leerte.

Anónimo dijo...

Si no recuerdo mal, es la otra cara de la historia, "el otro lado de la cama". Cuando la valentía para expresar el verdadero sentimiento se nos escapa y nos refugiamos en medias verdades o silencios...espacios vacíos.

Un beso