viernes, mayo 08, 2009

Alicia - El encuentro




Mis defensas todavía estaban alerta, aunque con el paso de las horas amenazaban con olvidar todo lo sucedido y recapitular para disfrutar plenamente de la encendida conversación que los dos estábamos manteniendo. De repente su cara se ensombreció, como si una nube gris hubiera pasado por delante de sus ojos, moderó su voy y acomodándose en su sillón me sugirió que quizás era hora de irnos. Este cambio brusco en su actitud me desconcertó al tiempo me que puso los pies sobre la tierra de golpe. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué pensaba que iba a suceder? Serás idiota, pensé.
Tras pagar las copas, sin permitir que yo le invitara, caminábamos por la calle cuando se ofreció a llevarme en coche a casa. Denegué la invitación ya que no me sentía cómoda en esa nueva situación y no estaba con ánimos de tener que hablar de trivialidades para completar el camino de vuelta a casa. Necesitaba alejarme de su presencia para poder relajarme y comprender lo que había sucedido. Unos pasos más adelante se detuvo al tiempo que señalaba su coche. Yo me acerqué con intención de despedirme y de salir apresuradamente en dirección contraria, pero no fue hasta ese momento que vi las luces del tren que se acercaba a mí velozmente dispuesto a arrollarme, en el mismo instante en que sin mediar palabra alguna él me agarró del cuello y la cintura y llevó mi cuerpo junto al suyo. Por un momento me quedé helada e inmóvil, segundos que él aprovechó para besarme de un modo intenso y algo violento. Mi primera reacción fue apartarle y él separó su cara lo suficiente para que sus ojos se clavaran en los míos como un cuchillo haciendo que todo mi cuerpo temblara. Acerté a increparle indignada, y creo que llegué a insultarle aunque mi gesto no le amedrentó en absoluto. Chisteó poniéndome un dedo sobre mi boca y aunque mi mente me gritaba para que bajase la barrera para evitar que el tren nos arrollara, mi cuerpo era incapaz de moverse ni mi boca de emitir sonido alguno mientras él recorría mi cuello con su boca.
Cuando me llevó contra la pared, me sabía perdida, mientras intercambiábamos nuestras salivas sin conseguir ninguno que el otro dejase de estar sediento. Sus manos registraban mi cuerpo buscando los resortes con los que lograr un gemido aprobatorio. Otra nube gris, pensé, cuando él se separó bruscamente de mí y me tendió la mano. Seguía sin confiar en él, cada célula de mi cuerpo lo sabía, pero no dudé en ningún momento en extender la mía y seguirle como una dócil presa.

No comprendí porqué me llevó a un hotel de cuatro estrellas sabiendo que su piso no debía de quedar lejos de allí. Cuando le pregunté me dijo con voz serena y firme que no me preocupara, que aunque yo lo ignoraba, él sabía lo que a mí me gustaba. Y sin admitir más réplica me llevó hasta la recepción y me hizo que me sentara mientras él se acercaba en el mostrador. Allí sentada mirando a mi alrededor volví a reparar en mis Converse rojas y algo desgastadas que contrastaban de un modo chillón con el suelo de reluciente mármol. Por un momento pensé en levantarme y decirle que todo esto era un error. ¿Qué hacía yo en un lugar como ése junto con un hombre que hasta un par de horas antes consideraba un esnob redomado? Pero mis defensas ya habían claudicado y dormían adormecidas en algún rincón de mi ser y mi excitación doblegaba a mi pensamiento que apenas oponía resistencia difuminándose por momentos. Me levanté cuando llegó a mi lado y volvió a darme la mano casi con un gesto paternal lo que hizo que sintiera un escalofrío por toda la espalda. Me condujo hasta el ascensor y una vez las puertas se cerraron sus manos me aprisionaron sin previo aviso, una apretando fuerte a la mía que le agarraba y la otra directa a mi entrepierna.

La puerta se cerró tras nosotros, convertidos ya en una maraña de brazos y piernas que se entremezclaban sin orden previo. Mi corazón latía sin descanso de tal modo que parecía que no iba a dar abasto a suministrar sangre a todas las partes de mi cuerpo. Me separó lentamente, pidiéndome calma. Por un momento me sentí desconcertada pero al ver su sonrisa tuve la certeza de que estaba jugando y el juego no había hecho más que comenzar.


(PARA LOS QUE VIENEN DEL FOTOLOG EL RELATO SIGUE AQUÍ...)


La luz de la lámpara de pie iluminaba tenue toda la estancia, él con sus movimientos iba marcándome los pasos. Cogió mi bolso y me quitó lentamente la chaqueta. Yo hice lo propio con la suya, pero al intentar desabrochar un botón de su camisa cogió mi manos entre las suyas, con suavidad pero con firmeza y me hizo un gesto negativo. Yo mando. Mientras nos besábamos paso la mano por mi pelo y deshizo la coleta en la que lo tenía recogido. Entrelazó sus dedos entre mi pelo y con gesto firme me movía la cabeza para acercarla a sus labios o separarlos a su antojo mientras que con la otra mano inspeccionaba mi cuerpo palmo a palmo por encima de la ropa.
Tocaron a la puerta y me sobresalté. No te preocupes, mientras yo abro, quítate las zapatillas y los calcetines. Pero sólo eso.
En ése momento me acordé de nuevo de las zapatillas. Putas Converse, pensé.
Volvió con una botella de cava y una copa, la otra la había dejado boca a bajo en la entrada. No hacía falta pensar demasiado para entender que aquello no era una cita romántica y que no pretendía brindar conmigo. Sirvió el cava, bebió un trago y sin ofrecerme dejó la copa a un lado y volvió a acercarse a mí. Mírame a los ojos. Me fue desnudando poco a poco y si mi mirada caía al suelo o se perdía en algún rincón de la habitación dejándose llevar por sus caricias él de inmediato me levantaba la barbilla y me ordenaba que le mirase. Tan sólo unas braguitas salvaban a mi cuerpo de la total desnudez cuando me hizo tumbarme sobre la cama. Mírame. A los ojos. Sólo hablaba para ordenarme con voz templada, mientras con su mirada fija se quitaba la camisa, los zapatos y los calcetines.

Así me abordó con violencia, disfrutando de mis inútiles movimientos para zafarme de él. Pórtate bien, me decía al oído mientras intercalaba besos y mordiscos por mi cuello y por mi pecho. Con sus manos agarraba las mías y sus piernas hacían presión para inmovilizarme. Yo mientras tanto me quejaba de un modo poco convincente. De su bolsillo sacó algo que no pude reconocer hasta que lo tuve entrelazando mis muñecas. Con una habilidad espasmosa ató mis manos con su corbata al cabezal de la cama. El efecto de los gin tonics y la excitación me nublaban la mente pero cuando me vi atada mientras él se levantaba y terminaba de desnudarse sin dejar de mirarme a los ojos, intentando inspeccionar mi alma, intentando descubrir lo que estaba pensando en ese momento, fue entonces cuando tuve la certeza de que sabía más de mi pasado de lo que yo hubiera podido imaginar.
¿cómo coño sabes..?
No hables, no lo estropees. Ya te lo he dicho, sé lo que te gusta. De cómo me he enterado ya da igual...

No sé cuanto tiempo estuve atada ni como consiguió que perdiese la noción del tiempo. Jugaba conmigo hasta llevarme al límite pero siempre paraba antes de que llegase al o
rgasmo. Entonces se separaba de mí, se levantaba y me daba un par de tragos de cava levantándome la cabeza para que bebiera y me acercaba el cigarro para que le diese un par de caladas, y en cuanto mi respiración se tranquilizaba volvía a mí, para jugar conmigo y hacerme sufrir hasta el deliete. Luego volvía parar, hasta que me calmaba para volver a empezar de nuevo. Cada vez que paraba yo me retorcía y el disfrutaba viendo mi ansiedad, mis ganas y mi desesperación. Aprovechaba mi indefensión para disfrutar con mi boca o con cualquier otra parte de mi cuerpo. No sé cuanto tiempo había transcurrido pero yo ya estaba al borde del agotamiento, cuando se tumbó sobre mí me desató y sin previo aviso me penetró de un modo definitivo.
Mis uñas se clavaron en su espalda, y no sé como no vinieron a llamarnos la atención, porque estoy segura de que mis gritos se oyeron en las habitaciones contiguas.
Lo siguiente que recuerdo fue un plácido sueño.

A la mañana siguiente al despertar me encontré sola en la cama revuelta. Recuerdo la indignación que sentí al darme cuenta que se había ido sin decirme nada, dejándome tirada en esa habitación de hotel. Entonces vi su nota escrita sobre la mesilla.
“He tenido que marcharme, un imprevisto. Puedes pedir que te traigan el desayuno, está pagado. Nos vemos, pronto. Un beso”
Él siempre que daba un azote lo suavizaba después con un beso, era su manera de actuar, pero eso lo aprendería más adelante.

Texto: Ilsa Grant – Fragmento de “Alicia Encadenada”
Imagen: Bill Brant
BSO: http://www.goear.com/listen/4dc879b/Last-tango-in-paris-Gotan-Project


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buenas Ilsa,

Con Alicia me siento cómoda, amiga, empática....las dos...pero sin hotel.

Felicidades, lo narras como si incluso lohubieras vivido XD

amelie*

amelie dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
amelie dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
J. B. dijo...

"...siempre que daba un azote lo suavizaba después con un beso, era su manera de actuar..."

buenísimo.